Una perspectiva antropológica sobre la sexualidad.


Hablar acerca de la sexualidad humana entraña reconocer al menos dos aspectos básicos de la misma como son su carácter biológico-reproductivo y su carácter sociocultural.

Entender los procesos biológicos no significa mayores dificultades pues para todos los seres humanos se cumplen unos ciclos vitales que nos hablan, grosso modo, de una infancia, una pubertad, una madurez y una vejez como momentos etáreos básicos, durante los cuales el cuerpo sufre ciertas transformaciones que resultan comunes a todos sin excepción alguna, salvo patologías puntuales.

El componente biológico de la sexualidad obedece, en otras palabras, a una genética que pre-determina la adecuación del organismo humano para cumplir con la función primordial de este aspecto de la naturaleza humana: garantizar la reproducción física de la especie. Hoy sabemos que los impulsos sexuales básicos, tal y como ocurre con las restantes especies animales, son muy poderosos y constantemente motivan a los dos géneros biológicos de la especie a un intercambio sexual permanente del que no escapan siquiera aquellas personas consideradas como deficientes mentales.

Sin embargo, a diferencia de las especies inferiores, el ser humano incluye dos factores adicionales en la expresión de su sexualidad cuales son la conciencia y racionalidad puede hacer acerca de la misma. El ser humano es el único animal que de manera absolutamente conciente y voluntaria regula el ejercicio de su sexualidad (aunque se ha descubierto en ciertas especies de primates como los bonobos y en algunos cetáceos como el delfín, algo parecido a un libre ejercicio de la sexualidad ajeno al imperativo biológico de sus estros): en otras palabras, la sexualidad humana no está en función exclusiva de la reproducción sino que sirve también para otros fines que van desde la simple satisfacción orgánica, (pasando por todo el espectro de las llamadas perversiones), hasta la expresión de emociones tan sublimes como el amor y el forjamiento de relaciones psico-afectivas que pueden ser permanentes entre dos o más individuos de la especie.

Si bien en las especies animales la expresión de la sexualidad obedece a pautas muy predecibles, no ocurre igual con los seres humanos, pues en ellos, aparte de la conciencia y racionalidad, los factores derivados de la cultura determinan las enésimas maneras en que este aspecto de su naturaleza se manifiesta.

Ahora, dentro de la cultura, debemos considerar los constructos ético-morales (normas para el comportamiento individual y colectivo, grosso modo) y el conjunto de las creencias simbólicas (creencias mágico-religiosas, cosmovisión, etc.) que de una u otra manera han regulado la vida sexual del ser humano a través de toda su historia y en las diferentes civilizaciones que hasta el momento han podido ser conocidas y estudiadas.

En este orden de ideas podemos apreciar una variabilidad sorprendente que puede ir de un extremo a otro en términos de aceptación o rechazo de ciertas prácticas o comportamientos que se asumen como manifestaciones de la sexualidad. Además, en razón de la dinámica propia del devenir social, podemos encontrar que algo que otrora fuera rechazado, hoy es aceptado; o viceversa, como también puede ocurrir.

Para la antropología, la búsqueda de rasgos comunes que puedan estar presentes en todas las culturas a lo largo del tiempo, ha constituido uno de sus quehaceres fundamentales. Y en relación al tema que nos atañe, se puede hablar de uno en particular como es el tabú del incesto, expresa prohibición de tener trato sexual con ciertos parientes ya sean consanguíneos o políticamente asociados (esto varia de una cultura a otra), que prácticamente han ejercido el 99% de los pueblos estudiados[1].

De igual manera se ha encontrado muy extendido el uso de ciertos ritos de paso (la menarquía en las mujeres y la circuncisión femenina y masculina) asociados a la sexualidad específicamente, con gran relevancia dentro de los hechos culturales de las sociedades estudiadas.

Pero lo más significativo, es la diversidad de valores y opiniones que suscita la sexualidad en el concierto de las sociedades contemporáneas, aunque se hayan logrado ciertos consensos fundamentales, en la mayoría de las veces por aquiescencia de los actores involucrados y en el resto por simple imposición, -en el peor de los casos-, o asimilación y procesos de aculturación masiva.

La percepción de la sexualidad, como ya dijéramos, ha sido un hecho de orden dinámico sujeto al devenir de la historia. Difícilmente se pueden encontrar casos en que su ejercicio haya sido en un marco de absoluta libertad y reconocimiento de los derechos particulares individuales a administrar, según su antojo o necesidad, algo tan personal como es el uso de su cuerpo.

El marco ético-moral ha sido un determinante muy recurrente a la hora de regular la expresión de la sexualidad, en distintos estadios históricos y en las más disímiles culturas.

El derecho básico a usar el cuerpo a discreción ha estado fuertemente constreñido por normas de diversa catadura, siendo las de orden moral las más frecuentes (prohibiciones de tipo religioso principalmente), cuando no de tipo legal.

Y por mucho tiempo y en muchos lugares y sociedades, la sexualidad ha estado circunscrita exclusivamente al ámbito reproductivo, siéndole vedado su papel de fuente de placer sensual y medio de interrelaciones psico-afectivas. Se ha llegado a extremos de mutilar del cuerpo aquellas partes que se asocian con el placer físico (principalmente entre las mujeres, con la ablación del clítoris y de la vulva en ciertas culturas orientales, africanas y comunidades indo americanas) y a concebir el acto sexual como un encuentro absolutamente utilitario con fines estrictamente reproductivos.

La interdicción sexual ha sido un mecanismo de control social regular, pues atañe a la esfera más intima del ser en cuanto a su posibilidad de comunión física con el otro. De hecho, no existe una manera de mayor proximidad física entre los seres humanos como se da a través del coito. Y como forma de control social ha conocido desde la absoluta restricción cuando es un individuo con poder absoluto quien determina quien copula con quien; hasta la expresión orgiástica, abierta y descontrolada en momentos como el de carnaval en la que todos, sin distinciones de clase o condición, pueden accederse carnalmente por un periodo de tiempo limitado que permite el desfogue de tantas ansias reprimidas.

En el contexto de nuestra sociedad se puede apreciar como la interdicción moral que hasta hace apenas unas cuantas décadas regulara la vida sexual de las comunidades occidentales (fuertemente signadas por el concepto de pecado judeo-cristiano), ha cedido ante la apabullante laicización de la sociedad y la explosión del reconocimiento a los derechos individuales; dando lugar a una nueva asimilación de la sexualidad en la que formas otrora reprimidas afloran a veces en forma excesiva, con variadas consecuencias que afectan desde las condiciones sanitarias (caso de las ETS y del VIH en particular), hasta las maneras en que tradicionalmente se han interrelacionado los individuos en el plano político, genérico y personal.

Un hecho evidente es que la sexualidad es un componente inescindible del ser humano. Una parte consustancial de su naturaleza que no pocas veces determina su conducta general y cuyo manejo, adecuado o no, puede llegar a significar una vida de relación plena o de total insatisfacción.

La ignorancia habida alrededor de este aspecto de la naturaleza humana ha llevado a no pocos a situaciones extremas en las que la alienación o enajenación han terminado por signar su vida de relación de manera negativa. El no comprender cabalmente que significa en sí La sexualidad ha llevado a no pocos ha incurrir en prácticas lesivas, a nivel psicológico y físico, para ellos mismos y para aquellos que comparten o son sometidos a las mismas.

La alienación de la sexualidad como una mercancía más en una sociedad consumista y el abuso mediático del interés sexual como vehículo de oferta para el resto de las mercancías ha causado un enorme daño en la representación social de este aspecto connatural al ser humano. Podría decirse que se ha desnaturalizado al grado de asumirse como un fin y no como un medio, tal y como el auge de la pornografía, de la prostitución y de las distintas perversiones[2] nos lo demuestra.

Hoy por hoy, existen tantas opiniones al respecto como “expertos” hay, que el hombre común, huérfano de la tutoría moral que antaño significara la interdicción religiosa, fácilmente va de un extremo a otro dentro del espectro sexual; combinando conceptos y actitudes que ora son moralistas, ora son absolutamente mundanas; debatiéndose entre la virtud y la lascivia; entre la incontinencia y la castidad. Sin saber a ciencia cierta que impulsos seguir. Si los naturales o aquellos manipulados por unos mass media que explotan su sensibilidad y le muestran un mundo totalmente sexual.

De esta situación deriva una grave problemática que se expresa en el abuso y la explotación sexual de los que son víctimas muchos seres humanos, sin distinción de género o categoría etárea.


[1] Pues ha habido ciertas excepciones como la de los faraones egipcios y la monarquía europea (los casos más conocidos), en ambos casos como mecanismo de preservación de un poder y concentración de la riqueza.
[2] Aunque aquí cabe hacer la salvedad de que el concepto de perversión no es absoluto y es un constructo culturalmente relativo. De hecho ciertas prácticas sexuales que en un contexto sociocultural son absolutamente válidas en otro pueden ser consideradas como prácticas aberradas.. O lo aceptado hoy puede ser repudiado mañana; o lo que ayer causo repulsa, hoy ser social y moralmente aceptado. Se debe considerar siempre el contexto.